Sonó el despertador, me levanté,
me puse la bata y fui a la cocina. Como cada mañana me preparé un café bien
cargado, dos tostadas con miel, un vaso de naranja y una pieza de fruta. La
noche anterior no dormí demasiado, pues no paraba de pensar en mi trabajo, en
mi vida… Necesitaba un cambio radical, salir de la ciudad y experimentar nuevas
cosas. Recordaba todas las peticiones de trabajo sin respuestas.
Me puse unos vaqueros, mis
zapatos de todos los días y la camisa que me regaló mi madre para los días
especiales; lo cierto es que hoy era un día especial, pero aún no lo sabía. Era
bonita, no de colores llamativos y me transmitía paz. Así, me lavé la cara, me
recogí el pelo y me perfumé. Cuando estaba dispuesta a cerrar la verja,
retrocedí y miré el buzón, con la esperanza de no encontrar nada.
Sólo había una carta, procedía de
Canadá, empresa: Apple. Las cosas que llevaba cayeron al suelo y quedé paralizada por unos
segundos. No podía ser cierto, aquello no me podía estar ocurriendo. Ni
esperaba su respuesta, ni me acordaba de cuando mandé mi curriculum.
Cambiaron muchas cosas desde
aquel terrible accidente. Aquel coche estrellado contra el andén, aquella
velocidad, aquella nieve que paró la respiración de mi familia para siempre. La
vida me había preparado una segunda oportunidad y no la pensaba dejar escapar.
Preparé mis maletas, puse en venta la
casa en la que pasé toda mi vida, estaba llena de recuerdos que quedaron atrás y
que desde entonces está tan vacía…
Bajé del avión en aquel precioso
estado federado de Estados Unidos para trabajar en una de las empresas
internacionales más importantes, en lo que más me gustaba. Hoy tengo 40 años y
encontré lo más importante que me
arrebataron una vez, una familia. Recuerdo aquel día como si fuese ayer.
Aprendí que, a veces, las cosas imposibles ocurren.
Mi profesora de literatura nos mandó una redacción sobre una historia en la que tu o alguien trabajaba en una empresa internacional y esta fue mi respuesta.
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